domingo, 28 de febrero de 2010

LA SEGURIDAD DE LA SALVACION

Romanos 8: 35-39
¨¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro¨.

Una de las cosas más debatidas dentro del cristianismo es la cuestión de si la salvación se puede perder. Esta inquietud ha provocado que se realice un estudio serio y concienzudo acerca del tema, lo que ha dado como resultado el descubrimiento de una certeza firme al respecto. Lamentamos que en este momento todavía existan creyentes que no se sientan seguros de su salvación. Creo que esta inseguridad muchas veces no implica más que una simple  ignorancia relacionada con el tema, lo cual no significa que la persona no sea salva, aunque sí es una mortificación para todo el que no se sienta seguro de una cosa tan seria, y además es la desviación de una sana interpretación de la Biblia.

Se pueden hacer estudios sicológicos en comunidades que creen y en comunidades que no creen en la seguridad de la salvación, y se podrá descubrir que aquellos grupos de creyentes donde subyace el temor respecto de perder su salvación, manifiestan conductas similares a las que se registran en los miembros de una familia que no se consideran amados o aceptados lo suficiente por parte de sus padres; manifiestan una baja autoestima, y siempre están tratando de hacer algo para demostrar a sus padres que son dignos de ser sus hijos. En el caso contrario, aquellos grupos que son conscientes de la seguridad de su salvación tienen una vida espiritual mucho más estable, porque se creen amados y aceptados por Dios, tal como ocurre en una familia ordinaria donde los miembros se sienten amados, aceptados y respetados. Definitivamente estoy convencido del grave daño que genera en la conciencia de los creyentes la incertidumbre respecto de su salvación.

Esta es una cuestión histórica que nos viene de la herencia católica que ha enseñado por siglos que la salvación es algo que se puede lograr por méritos propios por medio de las buenas obras, que depende de nosotros y no de Dios. Este razonamiento católico generalizado, hace entendible que se infiera que, así como uno ha logrado obtener la salvación, de la misma manera la puede perder.

Es necesario que cada cristiano sepa y entienda que puede tener certeza de su salvación para bien de su desarrollo espiritual, para conformidad y comodidad de su fe y para una buena relación con Dios y con los demás miembros de su iglesia. Lo que nos proponemos en esta ocasión no es dar nuestro punto de vista, sino como siempre, es nuestro interés descubrir lo que la Biblia tiene que decirnos acerca de este controversial tema.

Hubo un tiempo en mi vida cristiana cuando creía que la salvación se podía perder, y les confieso que hacía un gran esfuerzo en mi vida personal por cuidar mis actos, de tal manera que no hiciera nada que pudiera ofender a Dios, para no poner en riesgo mi salvación. Esto era un gran martirio para mí, pues me daba cuenta que por más que me esforzaba, no podía lograr mantener el estándar de vida que yo me había planteado. Al mismo tiempo, veía cómo era la vida de algunos líderes de mi iglesia que enseñaban la doctrina de la entera santificación de Juan Wesley, pero para mí era más que evidente que no se esforzaban en lo más mínimo por alcanzar a vivir ni medianamente el nivel de la estatura de este gigante de la fe cristiana. Mientras hablaban de que la salvación se podía perder, y esperando ver yo en ellos una gran consagración, una vida santa, lo que veía era algo totalmente contrario, una licencia escandalosa para pecar, aquello era como una maratón a la desobediencia. Esto realmente me tenía preocupado en mis años de adolescencia y juventud.

Hoy puedo darme cuenta del gran bien que la doctrina de la seguridad de la salvación imparte a todo creyente consciente y verdaderamente consagrado al Señor. Por eso quiero que veamos en qué descansa esta seguridad.

1.- La Seguridad de la Salvación Descansa en el Propósito de Dios.

La salvación del hombre es un asunto que depende únicamente de Dios. Es una cuestión que ha sido diseñada por Dios desde antes de la fundación del mundo: ¨Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó¨(Romanos 8:29,30). Como puede ver, todo el proceso de esta gestión salvadora es un asunto que es competencia exclusiva de Dios. Así que, una vez que cualquiera ser humano entra en ese ámbito de la gracia impartida por medio de Jesucristo, está gozando de los eternos beneficios puestos por Dios en favor de todo imputado que se ha arrepentido y convertido genuinamente.

Es bueno estar claros que es la conversión genuina la que hace posible que esa gracia se haga efectiva y obre la salvación eterna. Pero es claro que no depende de los méritos propios que cualquiera ser humano pudiera exhibir, sino que depende únicamente de la voluntad perfecta y eterna de Dios: ¨Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe¨ (Efesios 2:8,9). Dios ha diseñado la salvación para todo ser humano: ¨Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna¨ (Juan 3:16). Pero los beneficiarios de esa salvación son aquellos que depositan fe en Jesucristo: ¨Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios¨ (Juan 1:12).

El Señor Jesús refiriéndose a la seguridad de la salvación nos dice: ¨Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen,

y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre¨ (Juan 10:29). Note usted lo que el Señor dice: que nadie las puede arrebatar de su mano, ni de la mano de su Padre. Si una persona recibe la vida eterna por creer en Jesús, ¿cómo puede ser posible que se pueda perder? Este pasaje de la Biblia basta y sobra para estar confiados en la seguridad de la salvación como una obra exclusiva de Dios. El problema reside en el hecho de que toda vez que nosotros pensamos en la salvación como algo en lo que nosotros tenemos algo que ver, surgirá la incertidumbre, pues nosotros los seres humanos no podemos garantizar algo fuera de nuestro alcance, como lo es la salvación.

Solamente el término salvación implica una seguridad y una confianza que no admite riesgos. Si existiera algún peligro de perderse, entonces no sería salvación y no sería algo de Dios. El que está en las manos de Dios está seguro, no tiene que temer a nada ni a nadie: ¨Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro¨ (Romanos 8:38,39).

2.- La Seguridad de la Salvación Descansa en la Obra Salvadora de Jesucristo.

Lo que Jesucristo obró en la cruz del calvario no puede ser algo sujeto a riesgo, sino que tiene que ser algo completamente seguro. El Hijo de Dios vino a este mundo a realizar la más grande obra de redención, y bajo ninguna circunstancia se puede pensar en fracaso alguno. Otra vez tenemos que decir que la ocurrencia de algún fracaso es y será siempre departe nuestra, pues no hay fracaso en Dios. ¡Qué bueno que la salvación es sólo obra de Dios! El problema surge cuando pensamos que tenemos algo que ver con el acto de la  salvación. Nosotros tenemos todo que ver con nuestra perdición, pero nada que ver con nuestra salvación. Si nos pudiéramos salvar de alguna manera por nuestros propios medios, usted puede estar seguro que Dios no hubiera entregado a su Hijo para que muriera en una cruz por nosotros, y Jesucristo de hecho habría muerto de más (Gal.2:21).

En esa certeza que sólo Jesucristo puede garantizar, él nos dice: ¨De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida¨ (Juan 5:24). Yo no necesito más evidencia que ésta, el propio Señor Jesucristo me da la seguridad de mi salvación. Puedo ver aquí, que tan pronto yo le recibo a él como mi Salvador, ya tengo la vida eterna; no es algo que recibiré en el futuro, sino que es algo que ya poseo por creer en él. Si esto no es seguridad de salvación, no sé que es.

Algunas personas dicen que no es posible saber si uno es salvo. Realmente el que dice esto no sabe de lo que está hablando, pues si no podemos estar seguros de que somos salvos, ¿qué es lo que hacemos creyendo en Jesucristo? Yo creo en Jesucristo porque él me salva, porque él me salvó, si eso no es así, entonces, como dice Pablo, somos los seres más dignos de conmiseración: ¨Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres¨ (I Corintios 15:19). Pero la verdad es que en Jesucristo podemos estar seguros de nuestra salvación, pues es él quien la ha hecho posible, es él quien la ha obrado al morir en la cruz y la selló con su resurrección.

La garantía de nuestra salvación fue sellada cuando Jesús se levantó de entre los muertos. Jesús hizo posible que los creyentes sean partícipes de su victoria. Los términos en los que se refiere la Biblia acerca de nuestra nueva relación con Dios son los de herederos juntamente con Cristo: ¨Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados¨ (Romanos 8:17). Nuestra salvación está segura en Jesucristo, no hay que temer.

3.- La Seguridad de la Salvación Descansa en el Ministerio del Espíritu Santo.

Con relación a estar seguros de si somos salvos, nos dice el apóstol Pablo lo siguiente: ¨Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios¨ (Romanos 8:15,16). Todos los privilegios que entrañan estas palabras son dados al creyente mediante el bautismo del Espíritu Santo. Cuando uno se convierte, el Espíritu Santo entra a nuestras vidas como la garantía de nuestra nueva y dinámica relación con Dios. El Espíritu Santo tiene la misión de ser nuestro Paracleto, o sea, nuestro abogado, nuestro consolador, nuestro compañero inseparable.

En este pasaje de Romanos 8:16,17 tenemos tres palabras que debemos analizar: temor, adopción y Abba. Primeramente analicemos la palabra temor, en el contexto en el que está expresado en este pasaje. Note que el apóstol Pablo nos está guiando a reconocer la confianza que ahora tenemos en Dios por el hecho de ser sus hijos mediante la acción de Jesucristo en la cruz. Antes no teníamos ningún derecho de acercarnos a Dios, ni podíamos hacerlo porque estábamos en pecado, pero ahora, por el sacrificio de Jesucristo en la cruz tenemos acceso a la misericordia de Dios: ¨Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro¨ (Hebreos 4:16). Todo esto es posible porque al creer en Cristo hemos hecho la paz con Dios y todos nuestros pecados han sido perdonados, hemos sido justificados: ¨Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios¨ (Romanos 5:1,2).

La segunda palabra que debemos analizar es la palabra adopción. Es un término hermoso, pues nos habla de que andábamos errantes, lejos de la familia de Dios, sin ciudadanía celestial, sin padre, pero ahora hemos sido encontrados y hemos sido hechos parte de la familia más importante, la familia de Dios. Es un cambio radical, por eso dice la Biblia que pasamos de muerte a vida: ¨De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida¨ (Juan 5:24). Esta adopción es algo que depende de la pura gracia divina, no es algo que ganamos, y por lo tanto, como no depende de nosotros obtenerla, tampoco depende de nosotros perderla. Y si esto es así, ¿cómo dicen algunos que no se puede tener seguridad de salvación?

Es por esta confianza que podemos venir a Dios y llamarlo Abba, que significa padre en términos de absoluta confianza, y esta es la tercera palabra que debemos analizar. Ahora nuestra relación con Dios es la de un hijo y un padre, y esta intimidad es posible por la acción de su Espíritu Santo que hasta habla por nosotros. Esto nos garantiza que toda vez que necesitemos venir al Señor para confesar nuestras faltas, podemos acudir a él con la plena certeza de que seremos atendidos oportunamente, porque la seguridad de la salvación no implica que estemos exentos de pecar, pero sí que debemos mantener una buena relación con nuestro padre Dios, reconociendo nuestras faltas y confesando nuestros pecados: ¨Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad¨ (I Juan 1:9).

La obra del Espíritu Santo precisamente es hacernos conscientes de esa relación entre nosotros y Dios: ¨El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios¨ (Romanos 8:16). Es por medio del Espíritu Santo que cada creyente puede vivir la vida cristiana. Sin la acción permanente del Espíritu de Dios en nuestras vidas no podemos ser fieles ni podemos perseverar en esta vida llena de tentaciones y trampas de Satanás. Es por ello que el apóstol Pedro nos advierte acerca de la realidad de nuestro enemigo, pues aunque ya no somos sus marionetas, no somos inmunes a sus maquinaciones: ¨Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar¨ (I Pedro 5:8).

Una última cosa que queremos apuntar: No se es salvo y siempre salvo basados en nuestra auto confianza, ¡De ninguna manera! Pensar eso sería una soberana necedad. Pero tampoco se puede decir que se es salvo y siempre salvo viviendo de manera carnal y sin mostrar los signos que deben caracterizar a los hijos de Dios: ¨Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él¨ (Romanos 8:5-9).

Definitivamente, la seguridad de nuestra salvación descansa en Dios y él nos ha dado su sello como garantía de lo que nos espera: ¨Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos¨ (Romanos 5:5,6).


Leandro González

Mensaje predicado por Leandro González en la Primera Iglesia Bautista de Mao, República Dominicana, en Febrero 28 de 2010.


domingo, 21 de febrero de 2010

LA SALVACION

Hechos 2:40

¨Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación¨.

Continuando con nuestro tema de las verdades esenciales de la fe cristiana, hoy hablaremos acerca de la salvación.

El apóstol Pedro en su primer sermón evangélico proclamaba con fervor: ¨Sed salvos de esta perversa generación¨ (Hechos 2:40). Este es un mandato desesperado, esta es una voz de alerta, es un llamado de emergencia. El hombre y la mujer necesitan urgentemente ser salvos. Y surge la pregunta: ¿Qué es la salvación? La salvación es un acto soberano de Dios en favor del hombre pecador al que él ama con un amor incomparable e incomprensible. Ese amor incomparable e incomprensible lo vemos descrito en las palabras de Jesús a Nicodemo en Juan 3:16: ¨Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna¨. Como podemos ver, la motivación para la salvación es el amor, y Jesucristo es el instrumento de esa salvación, él es tanto el autor de la salvación como el sujeto objeto que la produce. La salvación es sólo posible al través de él, por causa de él; y sin él no puede ser posible, como no puede ser posible nada, pues él es el autor de todas las cosas: ¨Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho¨ (Juan1:3).

La salvación se planeó en el cielo y se produjo en la tierra. Se planeó mucho antes de la fundación del mundo, pues Dios sabía que el hombre habría de pecar. Así que Dios tenía su plan elaborado desde el principio, y todos los pasos que ese plan agotaría, estaban previamente determinados. Por ese motivo, en el tiempo señalado por Dios, apareció Jesucristo en este mundo para obrar la eterna salvación: ¨Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo¨ (Gálatas 4: 4-7).

Esta salvación puede ser vista desde tres ángulos. Para nuestra breve exposición veremos la salvación primeramente como algo instantáneo, luego como algo constante y finalmente, como algo proyectado. Lo que queremos decir con este arreglo es que la salvación al mismo tiempo que es un hecho pasado, es también un hecho presente y un hecho futuro.

1.- La Salvación Como Algo Instantáneo.

La salvación se produce tan pronto como una persona cree en Jesucristo y lo confiesa. Una persona puede creer ahora y al instante morir, y es salva de inmediato. Uno no tiene que esperar para ser salvo, una vez que ha creído de todo corazón se es salvo. El mejor ejemplo de lo que decimos es el ladrón de la cruz, el cual se arrepintió en un estado de agonía, y a éste el Señor Jesús le dijo: ¨De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso¨ (Lucas 23:43).

No existe nada en la Biblia que nos indique que se necesite departe del hombre hacer alguna cosa, ni antes ni durante su vida para ser salvo. La única cosa de la que el hombre es responsable en la salvación es de atender al llamado que Dios le hace para que crea y se arrepienta, y aún en esta decisión Dios interviene mediante la acción del convencimiento del Espíritu Santo en el espíritu del hombre: ¨Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado¨ (Juan 16: 8-11). Por ser la salvación un acto soberano de Dios, algo que depende sólo de Dios, es que el hombre puede ser salvo inmediatamente que cree.

En el momento de depositar fe en Jesucristo el hombre es justificado, o sea, es liberado de toda su culpa, es exonerado de su deuda con Dios: ¨Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios¨ (Romanos 5:1,2).

Esta justificación es posible porque Jesucristo obró la salvación en la cruz. Cuando él moría, sus últimas palabras fueron: ¨Todo está consumado¨ (Juan 19:30). La expresión griega en esta exclamación final del Salvador es ¨tetelestai¨, que entre otras cosas significa ¨la deuda está saldada¨. Es como si el Señor hubiese puesto un sello que diga ¡CANCELADO! como el que se usa en los bancos para patentar la caducidad de un cheque o de un documento legal, sólo que ese documento no está en la tierra, sino en el cielo.

Así que, el sacrificio de Jesús realizado en la tierra, provocó el saldo de una deuda que la humanidad tenía en el cielo. Pero sólo se hacen beneficiarios instantáneos los que depositen fe en Jesucristo. Los que creen en Jesús, en su muerte y en su resurrección son los únicos que se hacen beneficiarios de ese poder otorgado por él en la cruz.

No existe nada en la Biblia como lo planteado por la errónea doctrina del universalismo que proclama que todos los hombres serán salvos sólo porque Jesús murió en la cruz, sin necesidad de que se arrepientan. Pero la Biblia es muy clara al establecer como condicionante para ser salvo, la necesidad de creer y de arrepentirse: ¨Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados¨ (Hechos 3:19).

Esta salvación es una garantía recibida de que todos nuestros pecados han sido perdonados, esto quiere decir que somos salvos de los pecados cometidos en el pasado, de los pecados cometidos en el presente y de los pecados que pudiéramos cometer en el futuro. Pero esto no quiere decir que seamos salvos de cualquier manera, o que por el hecho de que ya hemos sido salvos podemos hacer lo que nos venga en gana, porque de todos modos somos salvos. Aquí tenemos que decir como el apóstol Pablo: ¨En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?¨ (Romanos 6:2). Los que son salvos verdaderamente tienen un comportamiento acorde con la gracia que han recibido, y esta es la demostración de que verdaderamente son hijos de Dios: ¨Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis¨ (Mateo 7:16-20).

Por este motivo es que se hace necesario que entendamos el próximo ámbito de la salvación.

2.- La Salvación Como Algo Constante.

La salvación como algo constante habla de un proceso. No es contradicción con el punto anterior, sino que lo que ocurre es que al mismo tiempo que somos salvos inmediatamente creemos, es una realidad también que a lo largo de nuestra vida cristiana, vamos siendo salvos, en el sentido de que nuestra vida pasa por experiencias de regeneración y santificación. La salvación implica una serie de vivencias que irán transformando nuestro carácter, a fin de irlo adaptando según los criterios de Dios. La salvación es redención del ser humano en su totalidad, tanto de la parte espiritual como de la parte material. Tanto el alma como el cuerpo necesitan ser sintonizados día a día con Dios, en un ejercicio disciplinado devocional y verdadero. Es a esto a lo que el apóstol Pablo llama el culto racional que genera resultados favorables para el que transita por el sendero de la salvación: ¨Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta¨ (Romanos 12:1,2).

Mientras vivimos la vida cristiana como individuos salvados, se van sucediendo una serie de acontecimientos que nos van cambiando positivamente. Crecemos en la fe, pues empezamos en el camino de la salvación como recién nacidos, empezamos bebiendo leche, y luego somos capaces de algo mucho más sólido, hasta que alcanzamos la madurez: ¨Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor¨ (I Pedro 2:1-3). Como podemos ver en la última parte de este pasaje del apóstol Pedro, se espera que todo el que dice haber tenido una experiencia de conversión, la tenga genuinamente, que verdaderamente sea consciente de su relación con Dios. Con esto lo que quiero decir es que me adhiero a los que piensan que si alguien no muestra las evidencias de ser salvo en su diario vivir, tenemos todo el derecho de dudar de su conversión.

Creo que la salvación es algo muy serio y no deberíamos descuidar una cosa tan preciada. Aunque no nos ha costado nada a nosotros, es la cosa de más alto precio, pues ha costado la sangre del Unigénito Hijo de Dios. En este sentido nos dice la Biblia: ¨¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?¨ (Hebreos 2:3).

No es que podamos hacer algo para hacernos dignos de tenerla, pues es claro en la Biblia que la salvación es por gracia: ¨Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe¨ (Efesios 2:8,9).

Si en verdad no podemos hacer nada para ser salvos, porque ya Dios lo hizo todo, de ninguna manera se concibe que debamos esforzarnos por hacernos indignos de la salvación una vez que la poseamos. Tan agradecidos deberíamos estar de nuestra salvación, que deberíamos vivir cantando la estrofa de una canción que dice así: ¨¿Para qué pecar si soy salvo? ¿Para qué pecar contra Dios?¨

Hay algo que no podemos pasar por alto al hablar de esta especie de tránsito de la salvación, y es lo siguiente: Por el hecho de que somos salvos no significa que somos invulnerables. El ser salvos no garantiza que no sufriremos de enfermedades y calamidades o que no seremos afectados de alguna cosa negativa. Si alguien le enseña eso, no le está enseñando el evangelio de Jesucristo, sino otro evangelio, pues el Señor mismo nos dice en su Palabra, que por ser cristianos tendremos aflicciones en este mundo: ¨Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo¨ (Juan 16:33).

La triste realidad es que mientras estemos en este mundo, estaremos expuestos a los mismos riesgos de vida que el común de los hombres. Pero hay una marcada diferencia, el cristiano puede estar seguro que todo lo que le ocurra estará dentro de la perfecta voluntad de Dios: ¨Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados¨ (Romanos 8:28).

3.- La Salvación Como Algo Proyectado.

La salvación como algo proyectado al mismo tiempo que tiene el sentido de que estaba en el propósito de Dios salvar al hombre, también implica que la salvación es algo que se verá completamente en el creyente en un tiempo futuro, cuando sea resucitado o transformado, cuando el Señor venga en su segunda venida. El Señor tiene grandes planes en relación con nosotros y nuestra eterna salvación, la cual veremos en toda su plenitud en el día de la glorificación de todos los santos.

Somos salvos aquí y ahora, pero también seremos salvos de la ira que vendrá. Al ser hechos salvos pasamos de ser hijos de ira a hijos de Dios y herederos de las santas promesas. La garantía de nuestra salvación descansa en el hecho de que hemos atendido a la alerta del apóstol Pedro que como atalaya nos anuncia: ¨Sed salvos de esta perversa generación¨ (Hechos 2:40).

Mientras tanto podemos regocijarnos en la firme certeza de nuestra fe, de que tenemos lo que el Señor nos ha prometido: ¨Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve¨ (Hebreos 11:1). Es por fe que somos salvos, por la fe que hemos depositado en nuestro Señor Jesucristo. Así que el papel de la fe en nuestra salvación es imprescindible: ¨Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?¨ (I Juan 5: 4,5).

Hay un a expectativa en el cristiano, una esperanza que el común de los mortales ni siquiera alcanza a percibir, sino que al contrario, se mofa de ello por su necia incredulidad. Es por esto que tenemos esta joya en la segunda carta del apóstol Pedro: ¨Sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación. Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua; pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos. Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento¨ (2 Pedro 3:3-9).

Como si fuera un paisaje, la salvación aparece en la composición artística en primer plano, en segundo plano y en tercer plano. Es una obra compleja con una perspectiva lineal, que va desde el día de nuestra conversión, pasa por todo lo largo y ancho de nuestra vida y se proyecta en el horizonte en un solo punto: el cielo, la presencia misma de Dios, donde Jesús está preparando lugar para nosotros: ¨No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. (Juan 14:1-3).

Mientras el día definitivo llega, que no sabemos cuando será, lo mejor que podemos hacer es mantenernos activos cumpliendo con fidelidad nuestros deberes cristianos. Mi exhortación es la misma que encontramos en Filipenses 2:12: ¨ ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor¨.

Leandro González


Mensaje predicado por Leandro González en la Primera Iglesia Bautista de Mao, República Dominicana, el 21 de febrero de 2010.

VIDEO DEL MENSAJE

martes, 16 de febrero de 2010

domingo, 7 de febrero de 2010

EL ESPIRITU SANTO

Juan 16:7-11

¨Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado¨ (Juan 16:7-11).

Con relación a Dios el hombre ha inventado toda serie de falsedades por no hacer caso a las Sagradas Escrituras. Se ha dicho que Dios es todo, y cuando esto se dijo por primera vez se inauguró el panteísmo. Se ha querido reducir a Jesús a un simple mortal, al despojarle de su deidad, diciendo que él fue un gran revolucionario, un gran maestro, un gran visionario, etc.; pero Jesús es mucho más que esto. El es ¨el Hijo del Dios viviente¨ como dijera Pedro por inspiración que le fue revelada en Mateo 16:16. Y del Espíritu Santo se ha dicho que no es una persona, que es una fuerza, que no es Dios y muchas otras cosas más. Pero hemos visto por lo que hasta ahora hemos compartido que tanto Jesucristo como el Espíritu Santo son Dios al igual que el Dios Creador, ellos son Jehová sin discusión alguna, un solo Dios en tres personas.

Los que tenemos el deber de enseñar las Sagradas Escrituras debemos insistir en las verdades esenciales de la fe cristiana hoy más que nunca. Cada día se hará mucho más urgente mantener en la mente de los creyentes estas verdades, insistir en ellas para que ninguno alegue ignorancia, y para evitar que sea lesionada la sana doctrina. Pablo exhorta a Timoteo acerca de la necesidad de permanecer en la fe: ¨Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra¨ (2 Timoteo 3:14-17).

Este es un ejercicio permanente, y esto debe ser parte de nuestra práctica de vida. El esforzarnos por conocer nuestros fundamentos espirituales, nos ayudará grandemente en la defensa de nuestra fe, y evitará a las iglesias el ser atrapadas en el error. Por lo general el humano ingenuo es mucho más proclive a creer la mentira que la verdad. “Miente, miente, que al final algo quedará... cuanto más grande sea una mentira, más gente la creerá¨, decía el encargado de la propaganda nazi en Alemania en los tiempos de Hitler. Todos sabemos que Satanás es el padre de la mentira, todo error se gesta en la mente malvada del enemigo de todas las almas.

Jesús, recriminando a los judíos incrédulos dice: ¨Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis¨ (Juan 8:44).

En esta noche culminaremos nuestro tema acerca de la doctrina de Dios. Coronamos esta parte de las verdades esenciales de la fe cristiana con la enseñanza de la doctrina del Espíritu Santo.

El Señor Jesucristo dio instrucciones a sus discípulos acerca de la llegada del Espíritu Santo a la vida de cada creyente: ¨Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días¨ (Hechos 1:4,5). También les dijo: ¨pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra¨ (Hechos 1:8).

Y tal y como el Señor les prometió, el Espíritu Santo fue derramado sobre todos los congregados en el día de pentecostés: ¨Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen¨ (Hechos 2:1-4). ¡Qué gran culto el de ese día especial de pentecostés!

Mientras estaban todos reunidos en el aposento alto se cumplió de manera cabal la profecía que a este respecto fue dicha por el profeta Joel; así nos lo dice la Biblia: ¨Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos los que habitáis en Jerusalén, esto os sea notorio, y oíd mis palabras. Porque éstos no están ebrios, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercera del día. Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo; el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto; y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo¨ (Hechos 2:14-21).

Era necesario que el Señor se fuera para que el Espíritu Santo viniera a morar en la vida de cada creyente: ¨Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado¨ (Juan 16:7-10). De esta manera es como el Señor está con nosotros ¨todos los días hasta el fin del mundo¨, tal y como prometió que estaría, según Mateo 28: 20.

Con relación al tema del Espíritu Santo tocaremos los siguientes aspectos: 1) La Personalidad del Espíritu Santo, 2) El Espíritu Santo en la vida del creyente y 3) Los Dones del Espíritu Santo.

1.- El Espíritu Santo Es Una Persona.

Los llamados Testigos de Jehová enseñan que el Espíritu Santo no es una persona. Ellos comenzaron con un error que no es original de ellos. Como tristes emisarios de Arrio, un sacerdote de Alejandría de la antigüedad, repiten el error de que Jesucristo no es Dios y que es el primer ser creado. Y como consecuencia de entrar en ese ámbito de la mentira, cometen un pecado imperdonable, al presentar al Espíritu Santo como una fuerza impersonal.

Pero claramente podemos ver en la Biblia que el Espíritu Santo sí es una persona, es la Tercera Persona de la Trinidad. Es imposible llegar a otra conclusión que no sea esa. Cuando leemos la Biblia sin prejuicios nos podemos dar cuenta de esta verdad de que el Espíritu Santo es una persona. Veamos sólo tres ejemplos de esta verdad tan clara: a) El Espíritu Santo habla: ¨El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios¨ (Apocalipsis 2:7); b) el Espíritu Santo enseña: ¨Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho¨ (Juan 14:26); c) el Espíritu santo intercede: ¨Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos¨ (Romanos 8:26,27). Todas estas son cualidades que sólo se pueden encontrar en una persona, nunca en una fuerza impersonal.

Solamente el hecho de que el Espíritu Santo inspiró las Sagradas Escrituras es razón suficiente para creer que es una persona: ¨porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo¨ (2 Pedro 1:21).

El Espíritu Santo tiene la misión de convencer al hombre de pecado, justicia y juicio, y esta es otra prueba de su personalidad: ¨Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado¨ (Juan 16:8-11).

2.- El Espíritu Santo Entra en la Vida del Ser Humano Desde que Este Confiesa Creer en Jesucristo.

Somos bautizados por el Espíritu Santo mucho antes de ser bautizados en agua. Una persona debe ser bautizada en agua porque ha sido bautizada en el Espíritu Santo. No se recibe el Espíritu Santo como una segunda experiencia de conversión, sino que esto es algo simultáneo. Si somos convencidos por el Espíritu Santo para creer en el Hijo de Dios, y confesamos fe en él públicamente, entonces es suficiente argumento para entender que desde que creemos somos sellados por el Espíritu Santo de la promesa, tal y como nos lo dice la Biblia: ¨En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa¨ (Efesios 1:13).

Siguiendo este argumento, no es el hablar en lenguas lo que manifiesta que una persona tiene el Espíritu Santo, sino que es el carácter y el estilo de vida lo que debe evidenciar la influencia poderosa de Dios en el ser humano convertido. La Biblia le llama a esto ¨el fruto del Espíritu¨: ¨Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu¨ (Gálatas 5:22-25). Los creyentes que hablaron en lenguas (entiéndase idiomas) en el día de pentecostés, lo hicieron como demostración de que aquel acontecimiento era un acto singular, único e irrepetible. El hablar en lenguas fue uno de una serie de hechos sobrenaturales que ocurrieron ese día, como el hecho de que fueron repartidas sobre las cabezas de los discípulos, como lenguas de fuego.

Una vez que el Espíritu Santo ha venido a la vida del creyente, no se va nunca. Puede ser contristado, pero no se retira: ¨Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención¨ (Efesios 4:30),. Note como dice que fuimos sellados por el Espíritu Santo para el día de la redención. Si esto es así, ¿Cómo puede ser posible que se retire, que se vaya de la vida del creyente, si ha de estar para siempre? El Espíritu santo puede ser apagado, pero no se retira de la vida del creyente: ¨No apaguéis al Espíritu¨, dice Pablo en I Tesalonicenses 5:19. Recuerde que el Espíritu santo llega a la vida del creyente como un sello de garantía de ser hecho hijo de Dios.

Una persona puede ser llena del Espíritu Santo en la medida de su entrega y consagración a Dios. Todo depende qué tanto usted dedique tiempo a la oración, a la lectura y meditación de la Biblia, a la devoción cristiana en sentido general y qué tantos compromisos usted asuma con la obra del Señor. Mientras más busque de la comunión del Señor, más lleno del Espíritu Santo estará; usted será más consciente de su presencia en su vida. No hay mandamiento para ser bautizados con el Espíritu Santo, pues este es un acto soberano de Dios, pero sí para ser llenos de él: ¨sed llenos del Espíritu¨ (Efesios 5:18), porque esto depende de nosotros, de nuestro empeño personal como cristianos y de lo que le permitamos a Dios obrar en nosotros, de nuestra obediencia.

3.- El Espíritu Santo Capacita al Creyente Mediante los Dones.

Una de las grandes y magníficas bendiciones del Espíritu Santo para el creyente es el darle una capacidad espiritual, que sólo se recibe cuando uno se convierte.

Cuando nacemos de nuestros padres, Dios nos capacita con dones naturales. Estos dones naturales nos preparan para la vida, ellos definen nuestra inclinación profesional. Estas capacidades naturales dependen también de la lectura genética, puesto que somos el producto de un acto de procreación, donde intervienen nuestros padres como progenitores, y Dios como Creador. Pero cuando nos convertimos, nacemos de nuevo y somos hechos nuevas criaturas, ¨engendrados de Dios¨: ¨Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios¨ (Juan 1:12). Así que, cuando nacemos de nuevo adquirimos privilegios especiales como hijos de Dios, y uno de ellos es el don o los dones del Espíritu que nos son dados según la capacidad de cada uno: ¨Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos¨ (Mateo 25:14,15).

Los dones del Espíritu Santo son al mismo tiempo una gran responsabilidad para todo creyente, pues nos son dados para la edificación de la iglesia. Los dones espirituales no son para crear controversia entre los hermanos, sino para enriquecer la vida eclesiástica y realizar la obra que el Señor nos ha encomendado: ¨Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres. Y eso de que subió, ¿qué es, sino que también había descendido primero a las partes más bajas de la tierra? El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo¨ (Efesios 4:1-13).

Debemos agregar respecto de los dones, que son irrevocables. Una vez que nos son dados, nos son dados para siempre: ¨Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios¨ (Romanos 11:29).

Una última cosa que diremos con relación a los dones dados al creyente por el Espíritu Santo es, que en el día de hoy muchos creen que el don de apóstol está vigente. Muchos ¨pastores¨ y líderes de iglesias que se presentan como muy carismáticos están siendo persuadidos con la atractiva idea de convertirse de pronto en apóstoles. Pero no en apóstoles en el sentido etimológico de la palabra, en enviados o misioneros, sino en apóstoles con la categoría de los doce, porque la pretensión de ellos es mucha y muy elevada. Ellos quieren tener la misma autoridad que tenían estos hombres elegidos de manera especial por el Señor Jesucristo, cosa esta que cumplió una parte importante de los propósitos de Dios, que era sentar las bases de la fe cristiana; como lo hicieron ellos, y lo hicieron muy bien, porque ellos sí eran apóstoles. A ellos les fue entregada la revelación de toda la verdad para que pusieran el fundamento. Tengamos cuidado pues con los falsos apóstoles de hoy que pretenden poner otro fundamento. A estos les remito a la advertencia paulina en I Corintios 3:11-13: ¨Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará¨.

Leandro González

Mensaje predicado por Leandro González en la Primera Iglesia Buatista de Mao, República Dominicana, en Febrero 7 de 2010.

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