domingo, 11 de septiembre de 2016

PARÁBOLA DEL CRECIMIENTO DE LA SEMILLA

Marcos 4:26-29

¨Decía además: Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo. Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga; y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado¨.

Esta parábola sólo se encuentra en el evangelio según San Marcos.
Aparte de los dos momentos cumbres en el proceso de vida de una semilla, que son: cuando se siembra y cuando se siega o se recoge, existen tres tiempos decisivos después que es sembrada: Hierba, espiga y fruto maduro. El Señor Jesús está comparando el crecimiento del reino de los cielos con el de una semilla en el campo. El resultado de lo que producirá el reino de Dios en una persona, sigue asimismo un proceso lento pero seguro que dará como resultado final una persona convertida, regenerada, santificada y glorificada.

Viendo esta comparación que el Señor hace del reino con el misterioso crecimiento de una simple semilla, veamos las similitudes que esto tiene con el reino de Dios:

1.- El Reino de Dios Tiene Su Propio Mecanismo Para Crecer.

Una cosa importante en esta parábola es ver cómo el agricultor no se percata de cómo es que la semilla crece, él sólo sabe que crece, por las evidencias en el proceso. El agricultor sabe que existe un misterio inherente en el crecimiento de la semilla, sabe que no depende de él, sino de una fuerza sobrenatural. De la misma forma, la manera como se realiza el proceso de crecimiento del reino en la vida del creyente es algo sobrenatural, algo que corresponde sólo a Dios: ¨porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad¨ (Filipenses 2:13).

Así como es competencia sólo de Dios el crecimiento de la semilla en el campo, algo en lo que el agricultor no tiene nada que ver, de la misma manera es el establecimiento del reino de Dios en nuestras vidas, algo que es competencia únicamente de Dios.

Sabemos que la semilla es el evangelio, la palabra de Dios, la cual tiene vida en sí misma, la cual guarda en su interior toda la potencia del poder de Dios: ¨Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego¨ (Romanos 1:16).

El término griego que define la efectividad del proceso de la semilla en  la tierra en Marcos 4:28, con un poder contenido en sí misma es ¨αυτοµατη¨ ¨automatei¨, que significa ¨por sí sola¨ o ¨de sí misma¨, ¨de suyo¨ dice la traducción en Marcos 4:28: ¨Porque de suyo lleva fruto la tierra¨. Ella actúa automáticamente, por un mecanismo puesto por el Creador en su composición. De este término griego es que viene el concepto de nuestras máquinas automáticas, las cuales tienen un mecanismo que una vez activado, pueden operar por sí solas.

Cuando predicamos, los resultados no dependen de nosotros, sino del Señor, del poder inherente en su mensaje, y lo que él es capaz de producir en la vida de los que escuchan y son receptivos. Dios ha puesto el mecanismo para su desarrollo, para que produzca los frutos esperados, así como lo hace la semilla en el campo.

Así como todas las cosas que tienen vida han sido dotadas por Dios con un mecanismo para su reproducción y crecimiento, cosa esta que se ve en las plantas, en los animales y en las personas; de la misma forma, en lo que concierne al crecimiento del reino, Dios juega el papel principal de hacer que se cumpla el propósito para el cual ha sido establecido: ¨Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié¨ (Isaías 55:10,11).

2.- No Podemos Acelerar el Crecimiento del Reino de Dios.

Así como no podemos acelerar el crecimiento de la semilla, no podemos alterar su proceso natural, de la misma forma no podemos interferir en el proceso de Dios con respecto al crecimiento de su reino, no podemos ayudar a Dios, pues Dios sabe lo que hace y cuándo lo hace. Por causa de querer hacer las cosas a la manera humana, Abraham cometió el error de tener un hijo con su esclava, y esto trajo consigo consecuencias desastrosas para su familia y para el mundo. Dios tenía un plan con él, y ese plan se iba a desarrollar cuando él quisiera y como él quisiera: ¨Y Sara concibió y dio a Abraham un hijo en su vejez, en el tiempo que Dios le había dicho¨ (Génesis 21:2).

Debemos aguardar que se hagan las cosas como Dios las ha determinado, para eso se requiere de paciencia y se requiere confianza en Dios, aun cuando nos parezca que Dios no actúa.

El contenido del evangelio debe ser siempre el mismo, no se puede modificar, no se puede cambiar el mensaje para hacerlo atractivo, no funciona de esa manera. 
El verdadero evangelio no es atractivo para el mundo caído, por eso muchos están disfrazando el contenido del evangelio con técnicas que atraen a las personas, pero a la larga ningún resultado auténtico será logrado, ninguna cosa que llene las expectativas del Señor podrá ser lograda utilizando las artimañas o los artilugios del mundo para convencer a los perdidos.

La obra de convencimiento acerca de la condición de pecado, y de la necesidad de entrar por la puerta estrecha en el reino de los cielos es una obra exclusiva de Dios, lo único que nosotros podemos hacer es lo que hace el labrador con la semilla, sembrarla, ponerla en el campo, y esperar pacientemente que Dios haga la obra.

El contenido del evangelio es el que va a provocar el milagro de la transformación de la vida en una vida nueva. La Escritura, la revelación de Dios al hombre, es lo que operará los cambios que son necesarios: ¨Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra¨ (2 Timoteo 3:16,17). Cualquiera otra cosa será siempre simple maquillaje. 

Dios no está apurado, pero a nosotros parece que nos preocupa la lentitud del crecimiento, queremos ver resultados rápidos, parece como que no estamos acostumbrados a esperar, queremos las cosas ya. Es necesario que sintonicemos con Dios y entendamos que no es sino en el tiempo de Dios que las cosas verdaderas suceden.

Nosotros podemos tener muchas actividades y podemos utilizar estrategias para hacer que la gente simpatice con la iglesia, pero nunca lograremos con esto que las almas se conviertan genuinamente, nunca lograremos entrar un pecador al reino de los cielos, ya que esta es sólo obra del Señor, es prerrogativa divina, en la cual de ninguna manera podemos participar. 

William Carey, el padre de las misiones modernas, tuvo que esperar siete años en la India para ver el primer convertido.

3.- Los Resultados del Reino de Dios se Verán al Final.

El Señor Jesucristo no busca desprestigiar el trabajo del labrador, el cual siembra, cuida, vigila, protege y limpia el campo, pero sin duda alguna que lo que el Señor está enseñando aquí es la poderosa obra de Dios en hacer que crezca su reino, muy al margen de los cuidados de cualquiera de nosotros. Podemos hacer mucho, podemos gastarnos en esfuerzos por querer hacer cosas para Dios, en favor de Dios, en obediencia a Dios, pero en definitiva nada podremos lograr sin su poder, por mucho que nos afanemos.

El poder de Dios es el que hace que todo cuanto hagamos llegue a tener sentido y llegue a producir frutos dignos. Lo que él produce es lo importante, lo que podemos llegar a producir bajo su influencia, eso es lo que verdaderamente vale. En este sentido la Biblia nos manda a declararnos siervos inútiles cuando hayamos hecho con gran esfuerzo todo cuanto se nos ha encomendado: ¨Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos¨ (Lucas 17:10).

Note que el Señor compara el reino con una semilla, un elemento muy pequeño, pero tiene un poder grandioso, puede convertirse en un gran árbol con grandes raíces capaces de destruir el asfalto y el cemento de las aceras. Esto ocurre lentamente, sin que nos percatemos, y cuando nos venimos a dar cuenta, ya la raíz ha hecho su trabajo ocultamente.

De la misma manera el reino de Dios, por muy pequeño que sea su comienzo, por muy humildes que sean los hermanos que compongan un grupo de creyentes, ahí está el Espíritu Santo de Dios, todo el poder de Dios en la vida de ese pequeño grupo. Así que cuando se predique el evangelio y la gente oiga y crea, no importa cuán duros de corazón sean, el poder de la Palabra de Dios hará que se produzcan las transformaciones necesarias, el Espíritu Santo operando en el interior de cada vida consagrada, irá abriéndose camino hasta lograr el propósito de Dios.

El reino de Dios crecerá en este mundo independientemente de nuestros esfuerzos, y llegará el día, que será en el final de los tiempos, cuando el Señor habrá de cosechar lo que sembró: ¨y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado¨ (Marcos 4:29). Este versículo nos recuerda otro con el mismo significado en el Antiguo Testamento: ¨Echad la hoz, porque la mies está ya madura¨ (Joel 3:13). Sabemos que la siega es en la ¨parusía¨, del griego παρουσία (parousía), que significa ¨presencia o llegada¨, en la parusía de Cristo, su segunda venida, cuando ya todos los que deben entrar en el reino hayan entrado, cuando ya la historia haya llegado al grado de madurez esperado por el Señor.

Cada uno de los creyentes que genuinamente vive la vida cristiana, un día será recogido por el Señor y llevado a su presencia: ¨Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor¨ (1 Tesalonicenses 4:16,17).

Leandro González

Sermón predicado en la Primera Iglesia Bautista de Mao, República Dominicana, el 11 de septiembre de 2016.

domingo, 4 de septiembre de 2016

LA PARÁBOLA DE LA LÁMPARA

Mateo 5:14-15
¨Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa¨.


Esta parábola es conocida como ¨la parábola de la lámpara bajo el celimín¨ o ¨la lámpara debajo de un Almud¨ (El celimín y el almud eran una especie de cajón que servía como medida de capacidad, y que no hace mucho todavía se usaba en algunos países de Europa). 
  
Esta parábola la encontramos en los tres evangelio sinópticos: Mateo 5:14-15; Marcos 4:21-25 y Lucas 8:16-18. Pero esta parábola tiene su explicación en la versión que encontramos en el Sermón del Monte de Mateo 5:14-15. 

En la tumba del presidente John F. Kennedy, que se encuentra ubicada en el Cementerio de Arlington, se puede ver un monumento que consta de una llama, así se denomina: La llama Eterna. Esta llama siempre tiene que estar encendida. Fue la viuda del presidente, la Primera Dama Jacqueline Kennedy, la que solicitó esta llama eterna para la tumba de su marido asesinado. Esta idea de la Primera Dama fue inspirada en la llama eterna en la Tumba del Soldado Desconocido que existe en el Arco de Triunfo de París, en Francia.

De la misma forma que esta llama encendida en estos monumentos, en esta parábola se hace énfasis en la necesidad de una lámpara que esté siempre encendida, una llama que nunca se apague.

En este sentido, en esta parábola podemos encontrar unos significados relacionados con la llama que nunca puede ser apagada, que involucran a Cristo, el evangelio y la iglesia. A Cristo como la fuente de esa luz, el evangelio como la antorcha que la contiene y a la iglesia como la portadora que camina por el mundo llevando esa luz a dondequiera que va. 

Veámoslo de la siguiente manera:

1.-  Jesucristo Es La Luz Que no se Puede Ocultar.

Jesucristo es la luz del mundo, así lo dice él mismo en la Biblia: ¨Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida¨. (Juan 8:12).

Jesucristo no vino a este mundo para ocultarse, sino para revelarse, para revelar al Padre: ¨A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer¨ (Juan 1:18).

Jesucristo es en este sentido la suprema revelación de Dios al mundo, la culminación de la revelación de la verdad que Dios había venido revelando, y que ahora se muestra al hombre en su modo más excelso: ¨Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas¨ (Hebreos 1:1-3).

Aunque Jesús fue ocultado de Herodes cuando era niño, para salvaguardarle de sus amenazas de muerte, pero fue anunciado su nacimiento a los pastores que estaban en el campo por medio de una multitud de seres angelicales que llenaron el cielo esa noche de grandes resplandores (Lucas 2:8-19). También recordemos que unos magos fueron guiados hacia el lugar donde se encontraba el niño, por medio de una luz en el cielo, una estrella que les señaló el camino y les llevó hasta donde se encontraba el Salvador del mundo (Mateo 2:1-12).

La manifestación gloriosa del Hijo de Dios, el Dios encarnado, se hizo visible ante un mundo que estaba cargado de tinieblas: ¨En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo¨ (Juan 1:4-9).

Y todos los hombres, mujeres y niños de Israel, vieron a Jesús el Mesías, el cual desarrolló una vida pública, predicando por todas partes durante unos tres años, alumbrando a todos con su verdad, dejándonos el legado del evangelio, para que lo proclamemos, a fin de que todo el mundo sepa que Jesucristo es el único Salvador del mundo.

2.- El Evangelio Es la luz que no se puede ocultar.

¿Qué es el evangelio? La palabra ¨evangelio¨ viene del griego εαγγέλιον (euangelion), «buena noticia», propiamente de las palabras ε, ¨bien¨, y -αγγέλιον, ¨mensaje¨. Es la narración de la vida y palabras de Jesús, es decir la buena nueva del cumplimiento de la promesa hecha por Dios a Abraham, Isaac y Jacob de que redimiría a su descendencia del pecado por medio de la muerte de su Hijo unigénito Jesucristo, quien moriría en expiación por el pecado de toda la Humanidad y resucitaría al tercer día para dar arrepentimiento y perdón de los pecados a todo aquel que crea en él.

En la Biblia encontramos una declaración que constituye el kerigma, que es la esencia de la proclama, del anuncio del evangelio, lo que cada creyente debe decir y enseñar, y que cada individuo debe creer: ¨Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce¨ (I corintios 15:3-5).

Este fue el anuncio central del primer sermón de Pedro, el cual contenía la acusación  directa contra los judíos que le habían entregado a los romanos: ¨Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella. Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido. Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, Y aun mi carne descansará en esperanza; Porque no dejarás mi alma en el Hades, Ni permitirás que tu Santo vea corrupción. Me hiciste conocer los caminos de la vida; Me llenarás de gozo con tu presencia. Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos¨ (Hechos 2: 22-32).

Este es el mensaje que debe ser proclamado hoy y siempre hasta que el Señor venga en su segunda venida, ya que Jesucristo es el único Salvador del mundo: ¨Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre¨ (1 Timoteo 2:5).

 3.- Los Creyentes Son la Luz que no se puede ocultar.

Jesús está diciendo que los creyentes son la luz del mundo, ellos son una extensión al mundo del evangelio, de su evangelio, el cual contiene la verdad, una verdad que no debe ser ocultada, sino proclamada para que todo el mundo la escuche, la asimile y la crea.

El mandato del Señor a sus discípulos fue categórico en Mateo 28:18-20: ¨Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.  Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén¨. Esta es la razón porqué el Señor permitió la persecución de los creyentes en Jerusalén, para que se cumpliera la orden que les fue dada de llevar el evangelio hasta lo último de la tierra.

Antes de ascender al cielo les reitera la promesa del Espíritu Santo, al través del cual ellos habrían de cumplir el propósito de ser la luz del mundo (Hechos 1:8). Debían salir del celimín, debían alumbrar al mundo con la palabra del evangelio. Así que tenían que exponerse ante el mundo para que el mundo conociera el mensaje, el cual se circunscribía a lo siguiente: ¨Jesucristo es la única persona en la que todo hombre debe creer para poder ser salvo¨ (Hechos 4:12).

Esta es una verdad que el Señor enunció con bastante claridad en el sermón del monte: ¨Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos¨ (Mateo 5:16).

Así como la lámpara no se enciende para ponerla debajo de una caja, pues se apagaría y no realizaría su propósito que es alumbrar; de la misma manera el evangelio no se puede callar, hay que proclamarlo. Todo creyente es y debe ser como una lámpara encendida, colocada en lo alto para alumbrar a todos y así lleguen a conocer la verdad. 

Mientras el Señor viene, nosotros debemos vivir cada día en la disposición de dar testimonio de nuestra fe, tanto con nuestras palabras, como con nuestra vida.

Leandro González

Sermón predicado en la Primera Iglesia Bautista de Mao, República Dominicana, el 4 de Septiembre de 2016.